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lunes, 21 de octubre de 2013

XVII Escalones: Diálogos contra el tiempo



El robo: Sábado. Doce de la noche. Champs de Mars

Esta botella era la más barata, quillo. Tú tírale, que nos la bebemos en nada.
La hierba está toda mojada.
Y qué más da. Échate unos vasos. Y a mojarse el culo.
¿Los libaneses estos querrán un buchito de alcohol?
Esto le gusta a todo el mundo. Tú echa. Echa. Que se van a poner tibios.
Mira la torre que alta, una bombita y todos nos vamos por bulerías.
El whisky es agua de ratas, illo. Qué cosa más mala.
Oye, ¿Y donde hemos dejado el vino? Estaba ahí. A dos metros. Illo, que no está, que se lo han llevado.
Mira esos, el tío que no sabe andar y la gorda esa.
Eh, vosotros, caretas, que os lleváis nuestro vino. Venid aquí, anda. Listos
Mira los notas, se llevaban ya nuestro vino.
Hola, somos mexicanos, y encontramos la botella tirada en el suelo.
Illo, mírame a los ojos. Tú no sabes a quién le has robado. Tú has venido a robarle a los más gitanos de aquí.
   
Memoria histórica: Jueves, Cinco de la mañana. Sexto piso Rue Cimarosa

A mí lo que me raya es estar así, subir las escaleras todos los días y sentir que el día no me podía haber dado nada mejor.
Illo, no te pongas así. Esto es una experiencia más. Saca los lados positivos de la ciudad.
Te aseguro que cuesta sacar esos lados cuando una cerveza muerde tu cartera con seis eurazos. Cuando pasas media vida en el metro. Cuando son las siete de la tarde y ya estás abriendo la puerta de tu casa.
Sí, eso es verdad. Todos sentimos esa nostalgia del Sur. Los que sabemos lo que es la tierra no podemos vivir sin ella.
Faltan las perspectivas. Los amigos están casi todos lejos. Son las perspectivas.
Yo me pude quedar en Inglaterra. A veces me pregunto si fue una buena decisión la de volver a Granada.
Lo que daría por volver, ahora mismo, a estas horas de la madrugada. Una cervecita en Derecho.
Tú vive tu momento. Siempre se acaba volviendo.
¿Y cómo hiciste para curarte, para volver sin sentirte derrotado? Sin esa sensación de que volver es un paso atrás, que no es lo que querías durante más de siete años…
La derrota está siempre ahí, hermano, pero fue el primer viernes…
Cómo cambian los viernes por aquí…
No, fue un sábado. Sí. Volvía de la Vogue, a las siete de la mañana, y venía solo, comiéndome un Shawarma.
Aquí no saben hacerlos. Cómo extraños los del Tomato.
Illo, en ese momento sabía que volvía derrotado, pero me dije…
¿Qué?
Qué de puta madre me lo pasado esta noche.
¿Y?
Y se me pasaron las tonterías.


La guerra fría: Sábado, cuatro de la mañana, Pont Alexandre III, frente a la estatua de Simón Bolívar.

Illa, ¿Tú conoces a Rancapino?
És que em odies per ser valenciana.
Mírala, que no. Que por mí como si eres de Arabia Saudí. Que me da igual de donde seas. Que no va por ahí la cosa.
En realidad si hablo catalán no me entiendes nada. No me entendéis ninguno. Es mi lengua. Sou uns gilipolles.
Y otra vez la niña. Q  ue me da igual de donde seas. Como si te quieres tirar por lo alto del Tajo.
Valencia debe ser independiente.
Viva Camps.
Els països catalans. Ese es nuestro país.
Niña, déjate de tonterías ya. ¿Tú conoces a Rancapino?
Nos tenéis rabia. Nos tenéis envidia.
Niña, bonita, flor. ¿Cuáles son tus apellidos?
(Ese profundo silencio de la noche parisina)… En realidad la mitad de mis abuelos vienen de Andalucía. Pero yo me avergüenzo de eso. Es una cuestión de machismo. Si hubiera heredado el apellido de mis abuelas tendría todos los apellidos catalanes.
¿Te avergüenzas de tus antepasados? Qué tristeza de niña.
Es que nos odiáis por ser catalanes. Y nos robáis.
Viva Camps.
Ese era español, no valenciano.
¿Pero tú conoces a Rancapino? ¿A Rancapino chico?
Es que coaccionas mi libertad de expresión y nos maltratáis por ser catalanas. Por ser valencianas. Es que Valencia debe ser independiente.
Mira niña, si te pones a echar cuentas lo mismo la Duquesa de Alba es la reina de Valencia, con todos los títulos que tiene.
Una mierda. Espanya ens roba.
Rancapino chico, niña, para que veas las verónicas que te estoy haciendo esta noche.


Los saeteros: Viernes, dos de la tarde, cualquier punto de la orilla izquierda del Sena.

Quillo, ¿Tú conoces esa que dice que con la luz del cigarrillo, yo vi el molino, se me apagó el cigarro, perdí el camino?
Y te quedas más chulo que un gitano.
Perdí el camino, niña. Perdí el camino. Ay,  que con la luz del cigarro, yo vi el molino.
¿Y esto es por Bulerías, no?
Qué dices illo, esto va por Alegrías.
Estamos empezando en esto del flamenco…
Para esto se nace. Y yo soy serrano. De la Serranía. De Ronda, la Monumental.
Tú eres casi gitano.
El flamenco es algo más que música. Es entender la vida de otra forma. Es algo que cuando te atrapa ya no te suelta. Es algo distinto a lo que han dicho los miles de ensayos sobre el flamenco.
¿Pero tú le das al cante?
¿Pero qué dices tú? Yo soy más de escuchar. Y a veces las palmas, que no conviene meterse uno si no puede.
Palmero malagueño.
Palmero rondeño, no te confundas.
Y luego viene Camarón.
Y el Paco, el de la Lucía
¿Y…?
Y el Torta, y el Rancapino, y sus hijos, y el Mercé cuando no le da por ser moderno.
Y no olvidemos a Morente.
Ese sí. Escucharlo es como volver a Granada, quillo.
Es como si nunca nos hubiéramos ido…

Y aquella noche…: Habitación 315, Colegio Mayor Cardenal Cisneros, Granada  Junio de 2008.

A Colonia iremos a verte.
Ya ves tú. Colonia, ahora a ponerme con el alemán.
Eso lo dominas en tres días. Vas a llevarte el arte para arriba.
Yo le voy a decir a las chavalas que soy banderillero. Banderillero de los chulos, con traje y todo.
Cuando vayamos te llevamos una vaquilla de aquí.
¿Y vosotros para cuándo lo salir de aquí.?
A mí me queda un poco. El año que viene a probar si me dan lo de Roma.
Yo aún no sé nada.
El caso es salir, quillos. Salir de aquí. Conocer mundo, que ya habrá tiempo de volver.
Lo importante es no olvidarse nunca de este año.
Eso, no olvidar nunca esta habitación.
Esta conversación.
Da igual si en Colonia, en Roma, en París o en las playas de Huelva.
Quién sabe si Inglaterra…
Pero llevarse siempre la memoria allá donde uno vaya.
La memoria.
Y no olvidarnos nunca, que sois muy grandes.
Y dejarse algo en la maleta para el recuerdo, aunque sea muy de vez en cuando.
Y ahora el verano.
Sí, pero acordarse siempre, que este año ha sido muy grande.
Ha sido más que un año.
Han sido muchos años juntos.  



miércoles, 16 de octubre de 2013

XVI Escalón: La hoguera de las vanidades

Juro que no sabía su nombre más que por esa expresión de animal herido que desaparece entre los árboles del bosque. Así se fue colando sigilosa, intentando que sus pasos no pesaran en el parquet, casi de puntillas, los tobillos como gotas de agua, casi resbalándose, patinando, entre el quicio de la puerta y la primera estantería que encontró  a su lado.
Apareció de costado. La mirada hacia abajo, en un ángulo de humildad que no le dejaba divisar a la persona que tenía enfrente. Yo estaba en la sección de poesía latinoamericana, entre Huidobro y Lezama Lima, viendo los cocoteros cubanos al caer la tarde y las últimas estribaciones de los Andes, ya moribundos y pecosos. Y se apareció ante mí.
Llevaba un vestido de asistenta del hogar, ese eufemismo empleado en las televisiones para hablar en realidad de las limpiadoras de casas ajenas. Los colores que predominaban en su indumentaria eran el gris blanquecino y el azul intenso. Borrasca y mar, pensé con ironía. Era una de tantas españolas que fregaba suelos por dos duros.
Quizá no se percató de que yo estaba ahí parado, a dos metros, en la frontera con la sección de la novela española del siglo XX, y mirando de frente el rostro acaudalado de Octavio Paz, de tamaño “estatua romana”, pero yo (mis veintitrés años de existencia enteros y algunos meses más de prueba) estaba observando a esa pequeña mujer que escalaba con los ojos autores y autores, como kilómetros de nombres y apellidos, y en cada uno había un brillo, un descubrimiento, una vida nunca vivida en Buenos Aires, un tranvía que pasaba sin gente en Caracas, una barca sucia en los extremos de Miraflores.
Se arrodilló con gran dificultad, torciendo el gesto y concentrando sus pequeños ojos en un título concreto que se le resistía. Sacó del bolso unas gafas de los años ochenta y se las puso, limpiando con la manga los cristales de culo de vaso de Whisky. Yo me acerqué a ella como si estuviera distraído, intentando que los autores que buscaba coincidieran con los míos. Su destino estaba entre la E, la F y la G. Edwars, Echenique, Fabbiani-Ruiz, Fernández de Lizardi, Fuentes, García Márquez, y el mío se alejaba hacía los fríos de la V, Vallejo, Valle y Cabiedes, Vallejo.


Fue en esa intersección de letras, justo en la G, cuando mi brazo, alzado y rozando libro con libro, fue a parar sin querer en su mano, que se pegaba a las pastas viejas de los ejemplares como si una fuerza magnética de la selva la atrajera. Allí pude ver su rostro. Una mujer de sesenta años que llevaba con dignidad el paso de la edad. Todos acabaremos en esas superficies, pensé en aquel instante, pero eran sesenta años muy bien llevados, con las arrugas justas que le entreveían una cara de adolescente dulce.    
Apenas me mantenía la mirada, y eso hacía que me sintiera en la obligación de hablarle. Cómo hacerle ver que hoy en día, esos uniformes los lleva todo el mundo, que París, en realidad, siempre ha sido un refugio de españoles, esos vecinos pobres del sur que cuidaban niños, cocinaban para burgueses refinados, limpiaban oficinas atestadas de documentos finísimos, y enseñaban a algunas francesitas aventureras lo que era el amor carnal con un verdadero perseguido de izquierdas.
Pero ella habló primero, y su voz sonó como una justificación. - Busco a Skamentra,-  y mientras agarraba otro libro que estaba por dejar, de Allende, de no sé qué autor perdido y que nunca leeré. Y cómo decirle a aquella noble señora, a la que hubiera abrazado sin remedio, que nunca había leído nada de él, y que jamás lo haría, porque para mí el tiempo de lectura es sagrado, y no me la juego leyendo autores marcados con la cruz de la superficialidad, porque soy un arrogante literario, y es muy difícil sacarme de mis casillas. Uno tiene el defecto de juzgar muchas obras antes de leerlas, pero la vida es breve, y el tiempo de lectura más aún.
Los ojos de la señora se afanaban por encontrar a su autor. Se recorrió las estanterías de la E varias veces, y yo, con timidez, con vergüenza quizá, le toqué el hombro, la miré de frente, y le indiqué que Skármenta se escribía con S al inicio, con una S de Sencillez, de Silencio, de Sulfuro, y no con E. Vi como su rostro se volvió rojo. Fue entonces cuando le cogí la mano y la acompañé hacia la estantería de los autores que empezaban por S y le di algunos títulos del autor. Le dije que los había leído todos, y que era de mis autores favoritos. - Skármenta, claro, empecé en el instituto, allá en España, y desde aquel mismo día que leí no sé qué libro sobre un viejo y no sé qué novelas de amor, no había podido dejar de seguir todos los libros publicados.
Ella  dio las gracias y se fue con una sonrisa que le quitaba más años todavía. Me dio miró por última vez antes de bajar las escaleras y escuché una tímida risa al compás de los escalones que se desfilaban. Vi el rostro pétreo de Cervantes en una esquina de la sala, solo, como si esperara que le ofreciera un cigarrillo o apagara las luces de la sala.

Cuando bajé a la recepción de la Biblioteca, mostré mi libro de Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios, (Colombia pura y dura),  y desde la ventana observé como la mujer atravesaba la calle, en dirección a la embajada de España, con el libro bajo el brazo. Esa mujer mantenía limpia la diplomacia española, pensé, y abandoné la Biblioteca con una sensación hondísima de melancolía. Las aguas nunca salen de su cauce. Salvo cuando no llueve.